Las maldiciones, miniserie argentina de Netflix basada en la novela de Claudia Piñeiro, se sumerge en un thriller político con tintes familiares y personales. Me gusta que son solo tres episodios que empieza y termina logrando condensar una historia cargada de tensiones y secretos, sin perder ritmo ni intensidad. La dirección de Daniel Burman aprovecha al máximo los escenarios del norte argentino, donde los paisajes áridos y el silencio refuerzan la atmósfera inquietante que rodea a los personajes.
Leonardo Sbaraglia construye un protagonista complejo, atrapado entre la ambición, la culpa y las lealtades quebradas,Alejandra Flechner en el rol de la madre nos da como siempre una leccion de actuacion, mientras que Francesca Varela, como su hija, aporta frescura y vulnerabilidad en un vínculo atravesado por las sombras del poder. El elenco secundario (Monica Antonopulos,Gustavo Bassani) acompaña con solidez, logrando personajes que se sienten cercanos y creíbles.
La serie plantea interrogantes sobre la herencia del poder, la corrupción y la manera en que lo político invade lo íntimo. Sin embargo, hacia el final, algunos conflictos se resuelven con cierta prisa y hay escenas demasiado explicativas, que dejan poco espacio para la ambigüedad y el misterio. También se percibe que la dimensión esotérica presente en el libro queda relegada, lo que puede decepcionar a quienes esperaban un tono más marcado en ese sentido.
Aun con estas limitaciones, Las maldiciones se sostiene por su ritmo, por las actuaciones y por la fuerza visual de su puesta. Es una propuesta sólida, actual y con identidad argentina, que invita a reflexionar sobre los costos del poder y la fragilidad de los vínculos cuando la política se mezcla con la vida personal.
