En el Teatro Picadero, La última sesión de Freud sigue proponiendonos un encuentro tan íntimo como intenso. Bajo la dirección de Daniel Veronese, la obra imagina la reunión entre Sigmund Freud, interpretado por un imponente Luis Machín, y C. S. Lewis, a cargo de Javier Lorenzo, en la víspera del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Lo que comienza como un debate filosófico sobre la existencia de Dios y el sentido del sufrimiento, se convierte poco a poco en un intercambio profundamente humano, cargado de ironía, emoción y lucidez.
Machín ofrece una composición magistral de un Freud enfermo, debilitado por el cáncer, pero aún con el filo intacto de su inteligencia. Cada pausa, cada mirada y cada respiración son parte de una interpretación que conmueve por su realismo y profundidad. Lorenzo acompaña con sensibilidad y firmeza, construyendo un Lewis que contrasta la serenidad de la fe con la duda que todo lo contamina. Entre ambos se establece una tensión constante, que oscila entre el respeto, el desafío y una especie de ternura final.
La puesta, sobria y cuidada, se apoya en una escenografía detallada que evoca el consultorio londinense de Freud: libros, lámparas, el diván y un aire de encierro que se mezcla con el del mundo exterior a punto de estallar. La iluminación y el vestuario completan una atmósfera precisa, que permite que las palabras —densas, profundas, cargadas de historia— respiren y lleguen sin distracción.
Es cierto que el texto exige atención: no es una obra para distraerse .La obra propone un ida y vuelta (genial) entre los dos que verdaderamente da gusto escuchar: dialogos en contrapunto permanente acerca de la religion, el sexo y el significado de estar vivo en medio de una guerra que se desata con todos los miedos que eso genera y una enfermedad que da cuenta regresiva al padre del psicoanalisis.
Pero quien se entrega al ritmo de este diálogo, encuentra un teatro que interpela, que obliga a pensar y a sentir. En esa conversación final entre razón y fe, entre la vida y la muerte, La última sesión de Freud consigue algo que pocos espectáculos logran: dejar al espectador en silencio, conmovido, pensando
Profunda, inteligente, es lo que yo denomino como TEATRO DEL BUENO.
En la temporada 2025 sigue esa maravilla en el escenario porteño.
