QUIEN SEA LLEGA TARDE

“Quien sea llega tarde”, de Eusebio Calonge, dirigida por Paco de La Zaranda y con producción de Sebastián Blutrach, es una de esas piezas que respiran teatro puro, de los que incomodan y a la vez hipnotizan. Con Lucía Adúriz y Nayla Pose sobre el escenario del Teatro Picadero, la obra propone un viaje por un territorio desolado y simbólico, donde dos mujeres enfrentan la rutina absurda de un trabajo sin sentido en medio de un mundo que parece apagarse. En ese paisaje de luces mortecinas, burocracia inútil y objetos que cobran vida, el texto se vuelve metáfora del ocaso de una época, del derrumbe de las certezas y del intento por sobrevivir a través de la imaginación.

La historia se centra en dos mujeres que trabajan en una oficina sin luz, sin teléfono y sin rumbo. Cumplen una tarea que ya no tiene sentido, en un mundo que parece detenido, desmoronándose poco a poco. Aferradas a esa rutina absurda, intentan sostener su existencia como pueden: a través de la palabra, de la imaginación, de los sueños que inventan para no desaparecer del todo.

Lucía Adúriz encarna una energía casi luminosa dentro del derrumbe. Su personaje se aferra a los restos de la esperanza con una mezcla de juego y resistencia, de ironía y ternura. Tiene algo magnético en su manera de sostener la palabra, de transitar la desesperanza sin perder ritmo ni humor. Nayla Pose, en cambio, representa el otro pulso: más introspectiva, más dolorosa, la voz que advierte que ya no hay salida, que la espera es infinita. Su presencia dota de profundidad a la escena; su mirada y su gesto contienen una lucidez que atraviesa el absurdo.

La combinación de ambas es uno de los mayores aciertos del espectáculo. Adúriz y Pose se mueven como espejos rotos que reflejan fragmentos de la misma vida. Entre el desencanto y la fantasía, logran sostener una tensión emocional que mantiene al público cautivo incluso cuando la trama se diluye en lo poético. La quimica entre ellas es maravillosa.

El dispositivo escénico es mínimo: una máquina de escribir, una lámpara, un escritorio y papeles….muchos….. Pero basta. En ese espacio precario se condensa un mundo entero, una civilización que se apaga. El humor leve, casi surreal, aligera el peso existencial del texto. La dirección de Paco de La Zaranda imprime ese tono entre el ritual y la pesadilla, tan reconocible en su estética, y que aquí encuentra en Buenos Aires una resonancia singular.

“Quien sea llega tarde” no es una obra fácil, ni pretende serlo. Invita a pensar, a mirar lo que queda cuando todo se apaga, a preguntarse si la imaginación todavía puede salvarnos. Y en ese territorio incierto, Lucía Adúriz y Nayla Pose se erigen como faros de una escena que vibra entre la oscuridad y la belleza. Un espectáculo diferente, íntimo y poderoso, que confirma que el teatro puede seguir siendo un acto de resistencia

Autor: Eusebio Calonge. Dirección: Paco de La Zaranda. Intérpretes: Lucía Adúriz y Nayla Pose. Vestuario: Ideas Enhebradas. Escenografía: Eduardo Graham. Iluminación: Adriana Antonutti y Juan Manuel Noir. Sala: Teatro Picadero (Pasaje Santos Discépolo 1857). Funciones: domingos, 18 h. Duración: 90 minutos.

LA ULTIMA SESION DE FREUD

En el Teatro Picadero, La última sesión de Freud sigue proponiendonos un encuentro tan íntimo como intenso. Bajo la dirección de Daniel Veronese, la obra imagina la reunión entre Sigmund Freud, interpretado por un imponente Luis Machín, y C. S. Lewis, a cargo de Javier Lorenzo, en la víspera del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Lo que comienza como un debate filosófico sobre la existencia de Dios y el sentido del sufrimiento, se convierte poco a poco en un intercambio profundamente humano, cargado de ironía, emoción y lucidez.

Machín ofrece una composición magistral de un Freud enfermo, debilitado por el cáncer, pero aún con el filo intacto de su inteligencia. Cada pausa, cada mirada y cada respiración son parte de una interpretación que conmueve por su realismo y profundidad. Lorenzo acompaña con sensibilidad y firmeza, construyendo un Lewis que contrasta la serenidad de la fe con la duda que todo lo contamina. Entre ambos se establece una tensión constante, que oscila entre el respeto, el desafío y una especie de ternura final.

La puesta, sobria y cuidada, se apoya en una escenografía detallada que evoca el consultorio londinense de Freud: libros, lámparas, el diván y un aire de encierro que se mezcla con el del mundo exterior a punto de estallar. La iluminación y el vestuario completan una atmósfera precisa, que permite que las palabras —densas, profundas, cargadas de historia— respiren y lleguen sin distracción.

Es cierto que el texto exige atención: no es una obra para distraerse .La obra propone un ida y vuelta (genial) entre los dos que verdaderamente da gusto escuchar: dialogos en contrapunto permanente acerca de la religion, el sexo y el significado de estar vivo en medio de una guerra que se desata con todos los miedos que eso genera y una enfermedad que da cuenta regresiva al padre del psicoanalisis.

Pero quien se entrega al ritmo de este diálogo, encuentra un teatro que interpela, que obliga a pensar y a sentir. En esa conversación final entre razón y fe, entre la vida y la muerte, La última sesión de Freud consigue algo que pocos espectáculos logran: dejar al espectador en silencio, conmovido, pensando

Profunda, inteligente, es lo que yo denomino como TEATRO DEL BUENO.

En la temporada 2025 sigue esa maravilla en el escenario porteño.